Había estado con la cabeza baja desde que me acerqué a
ustedes. Querían notificarme que habían aceptado darme la beca apenas entrara
en la preparatoria, pero sentía mucha pena de mirarte a los ojos después de que
hubieras visto lo que pasó con Hans, aun cuando no hacíamos nada malo.
—Como consejo amistoso —prosiguió Adriana. Yo levanté la
cabeza un poco para mirarla. Noté en sus ojos un brillo extraño, me provocó un
escalofrío—. Cuida tu imagen —dijo, después vi que su mirada se dirigió hacia
Hans, quien se había mantenido al margen de nosotros.
Mi vista periférica percibió que rodaste los ojos, todavía
con los brazos cruzados y claramente molesto, pero mi atención se centró tanto
en Adriana que, si hubieras dicho alguna cosa, no la habría escuchado. Empuñé
las manos ante su comentario. Estaba harto de ella, de sus insinuaciones, de su
maldita forma sutil de atacar y esconderse tras una máscara de dulzura, que no
pude soportarlo más.
—Y usted cuide su lengua —dije. No me importó la beca ni
tampoco si ella iba de chismosa con papá, no iba a dejarlo así.
Christian abrió la boca, pero antes de que pudiera emitir
alguna palabra, un grito se abrió paso entre nosotros. Me quedé congelado en mi
lugar al ver a Brenda. Tenía la ropa rasgada y más de un golpe en el cuerpo que
chorreaba sangre. Por un segundo fue como verme al espejo después de lo que
Juan me hizo, con marcas
moradas y rojizas donde estuvieron sus puños y pies estrellándose contra la
piel. Poco más tardé descubrí que lo que ella vivió, fue mil veces peor.
Más íntimo y violento.
Había sido manchada de
la peor manera posible, el recuerdo de esa horrible tarde se convertiría es una
serpiente que se arrastraría tras ella hasta su muerte, y la mordería de vez en
cuando para inyectarle veneno. Un sonido húmedo atravesó por mis oídos y sentí
que el corazón me dolía.
—¡Ayúdenme! —gritó Brenda con voz temblorosa y tan agitada que
apenas fue entendible—. ¡Tienen a Francis!
En una fracción de segundo Hans se levantó de las escaleras
y corrió en dirección de Brenda, y aunque seguía metido en un profundo shock
que me hacía percibir todo de forma ahumada, salí tras ella. Nadie más nos
siguió. Nadie…
Llegamos a un parque abandonado ubicado a varias calles de
la escuela de música, estaba desierto y lucía descuidado, con un mini auditorio
del lado izquierdo. Brenda dijo que ahí las habían agredido, no explicó qué
hacían las dos en ese parque; ni Hans ni yo quisimos preguntar porque eso no
cambiaba nada, lo único importante era que Francis seguía ahí atrapada.
Me temblaron las piernas al ver la oscuridad frente a mí.
Era como meterme al infierno, de donde jamás podría salir. Oí gritos salir de
mi cabeza, la voz de Francis mezclándose con la mía. No quería entrar, tenía
miedo de hacerlo y encontrar lo que, desde el fondo de mi corazón, sabía que
encontraría. Temí encontrarnos
con una Francis desnuda
o con la ropa rasgada, y a un sujeto montado sobre ella desgarrándola en lo más
profundo.
La apariencia de Brenda
hizo que mi imaginación, dominada por el miedo y la ansiedad, empezara a
visualizar escenarios uno cada vez más horrible que el otro. Imaginé a Francis
tendida en el suelo con la cabeza cubierta de sangre y su esencia escapándose
por sus ojos mientras, débil e indefensa, no le quedaba más que sentir que la
sumergen en un abismo infinito de dolor. Me cuestioné cómo actuaríamos si, al
llegar a donde Francis se encontraba, nos topábamos con uno o varios agresores.
¿Y si estaba armados? ¿Cómo la defenderíamos?
Estaba al borde del colapso. Fue entonces cuando volví a
sentir la manos de Hans tomar la mía. Me miró con seguridad y me dio la fuerza
suficiente para atreverme a entrar. Él me hizo sentir protegido.
Lo que encontramos
frente a nosotros al entrar fue mucho peor que los escenarios que planteé en mi
cabeza. Aun ahora recordarlo me provoca un escalofrío en la columna y unas
intensas ganas de llorar. En este momento lo estoy haciendo, no puedo
contenerlo por más que intente dejarlo atrás. Incluso a veces vuelve a mi
memoria aunque no esté pensando en ella.
Adentro del auditorio,
hacia el centro, estaba Francis. Yacía boca arriba desnuda de la cintura para
abajo, y la blusa estaba tan rasgada que dejaba ver sus pechos al descubierto.
Su ropa interior hecha añicos reposaba sobre el piso a varios metros de distancia,
la habían lanzado en un claro ataque de salvajismo. Sus piernas estaban
cubiertas de sangre que provenía de su vagina, misma que todavía tenía
incrustado un tubo metálico oxidado.
Brenda gritó apenas
vimos el cuerpo de Francis y corrió de inmediato hacia ella. Yo me quedé
inmóvil en mi lugar con la vista clavada en el cadáver, contemplando aterrorizado
las marcas de la pesadilla que vivió. Imaginé el horrible dolor que debió
sentir en el transcurso de la violación y su brutalidad. El corte que tenía en
la garganta solo me hizo suponer una cosa: esa pobre chica no solamente sintió
la penetración forzada y la tortura, sino también cuando la vida fue arrancada
de su cuerpo.
No sé en qué momento empecé a llorar. No podía moverme de
la impresión y los gritos de dolor de Brenda
sonaban tan lejos de mí que sentí que estaba en una pesadilla. Dios, como
desearía que hubiese sido una simple pesadilla. Esa imagen jamás se va a borrar
de mi cabeza. Si te preguntabas porque ellas dos son las únicas compañeras de
las que he hablado a lo largo de mis intervenciones en este cuaderno, aquí
tienes tu respuesta.
No me percaté de mi propia reacción al ver el cuerpo de
Francis hasta que Hans me envolvió en sus brazos y me hizo desviar la mirada. Ya
no supe qué me invadía más, si la tristeza o la ira y la impotencia. Según nos
relató Brenda horas más tarde, ellos dijeron que las ayudarían a «volverse
mujeres». Les quitarían lo «machorras».
La muerte de Francis fue lo que terminó por hacerme quebrar.
Una mención de su asesinato fue todo lo que los noticieros abordaron: dos lesbianas son agredidas y violadas en el
parque San Sebastián. Una resultó muerta. Era una jovencita de dieciséis
años, ¿es que acaso no merecía más que eso? ¡Más que una maldita única mención!
A nadie le importaba de verdad, no sentían empatía ni pena por ella y su
familia. No se tentaron el corazón por el dolor y el trauma de Brenda. ¡A nadie
le importaba un carajo y yo no podía creerlo!
Fue entonces cuando por fin me quebré. No hablo de soltarme
a llorar todos los días, sino de algo peor. Se rompió mi espíritu, mi cordura.
Me atormentaron cientos de pesadillas. No había noche en la que no recordara el suceso, a veces incluso lo
soñaba; veía a Francis a la distancia siendo violada, y de un momento a otro,
yo me convertía en ella y el agresor en Juan. Lo sentía dentro de mí,
moviéndose mientras yo suplicaba que me dejara de una vez. Y cuando sentía que
estaba a punto de venirse en mi interior, conseguía despertar. Incluso
llegué a mojar la cama, papá entraba corriendo a mi cuarto al oírme gritar y se
quedaba conmigo el resto de la noche hasta que me quedaba dormido de nuevo.
Falté a todas mis clases y a los ensayos durante dos semanas.
Para ser franco, no salí de casa desde entonces, tú sabes eso. Papá estaba muy preocupado,
pero también respetaba lo que sentía y me dejó abandonar mis responsabilidades
tanto como necesitara, porque entendió que para mí fue una experiencia
traumática.
En ese periodo de tiempo recibía llamadas tuyas y de Hans todos
los días, ambos estaban angustiado por mí y no había conversación que no
iniciaran con un «¿cómo te sientes?». Yo respondía que estaba bien y volvería
pronto, luego colgaba. Al ver el gran efecto que ese evento tuvo en mí, papá me
propuso que fuese a ver a un especialista, hablar con un terapeuta me caería
bien, pero yo estaba demasiado deprimido, asustado y lleno de impotencia como
para sostener una conversación.
Incluso bajé de peso porque ya no podía comer como antes.
Sentía el estómago revuelto. Papá cocinaba hamburguesas con papas para mí y yo
ni siquiera las tocaba, todo me provocaba asco y repulsión.
Tampoco lograba dormir tranquilo. Francis, Brenda y yo no
éramos amigos, aun así sentí que me afectó más de lo que podía soportar. Jamás
pensé que algo así podría ocurrir.
Recuerdo que un día abrí los ojos con pesadez, caminé hasta
el baño y me miré al espejo. Tenía ojeras y arrugas que me hacían ver envejecido,
y marcas en las mejillas de haber llorado mientras dormía. Ese día pensé que
sí, necesitaba hablar con alguien. Era tiempo de volver para no terminar de
hundirme en esa fosa sin salida que me impulsaba a terminar haciendo algo peor
con mi propia vida.
Fui a hablar con una psicóloga a quien me atreví a confesarle
la verdad sobre mi orientación sexual. Le hablé de ti, de mis miedos, de las
palabras de Hans sobre nosotros, acerca de Juan y desde luego, sobre la muerte
de Francis. Ella me entendió y me ayudó a desahogarme. Empecé a verla varias
veces a la semana, incluso ahora voy a visitarla de vez en cuando.
Era lunes cuando por fin regresé a clases en la secundaria
y la escuela se música, sin embargo no canté bien en ninguno de los dos ensayos,
todo lo contrario. Desafiné, perdí el tempo, no respiraba correctamente lo que
hizo sonar mi voz ahogada más de una vez y me costó demasiado trabajo terminar
las frases, mantener las notas, como si no hubiese practicado solfeo toda mi
vida. No pude terminar la canción por la vergüenza que sentía ante la baja
calidad de mi voz. Quería desaparecer.
El sonido de los aplausos de mis compañeros me tomó por
sorpresa. Me giré para mirarlos, había rostros amables de apoyo dirigidos a mí,
comprensivos ante mi fragilidad. Me hicieron sentir que no estaba solo, en
especial cuando tú te levantaste del piano y fuiste a abrazarme delante de
todos, gesto que ellos imitaron. Agradezco haber coincidido con todos ustedes.
Al terminar la clase tú y yo nos quedamos en el salón,
charlamos sobre estas últimas dos semanas, lo que había ocurrido con Brenda y
el funeral de Francis. Me confesaste que Brenda ya no estaba asistiendo a
clases porque la habían expulsado junto a Francis pocos días antes del
incidente por «comportamiento
inapropiado» que rompía el reglamento
escolar. Adriana y ellas incluso habían tenido una gran pelea afuera de la
oficina. Fueron muchos los que escucharon.
Tú y yo sabemos que el motivo de la expulsión no fue más
que una vil mentira. El conserje no las vio haciendo el amor en la azotea y el
único video de ellas que existía era el de la cámara de seguridad del pasillo,
donde salían besándose a las afueras del salón de clases. Fue una injusticia
pero no había forma de probarlo, así como tampoco Brenda pudo demostrar que sus
agresores eran estudiantes de la escuela de música. La situación fue un
completo asco, pero me sentía cansado y débil como para protestar al respecto.
Suspiré pesadamente y besé tu hombro antes de recargar mi
cabeza en él. Me tomaste por la cintura y me abrazaste con fuerza mientras
colocabas tus labios sobre mi cabello; lo besaste poco después. Me estremecí un
poco al descubrir que de forma involuntaria nos estábamos dando muestras de
afecto. Tal vez y solo tal vez, la situación de Brenda y Francis nos marcó. Al
levantar la cabeza despacio nuestras miradas se entrelazaron.
Tus ojos grises son preciosos, no negaré eso, y tu afilado
y varonil rostro los hace resaltar de manera esplendorosa. Atrayente, tu piel
ligeramente morena me invitó a acariciarla, así que rocé tu rostro con el dorso
de mi mano. Se sentía rasposa, supuse que tenías algunos días que no te
afeitabas y eso me gustó. Si bien en mi interior sabía que lo nuestro se estaba
terminando, todavía me fascinabas.
Nunca antes habíamos estado tan cerca uno del otro, con
nuestros labios a tan solo algunos centímetros de tocarse. Era la oportunidad
perfecta para descubrir ese mundo increíble y dulce que existe entre dos. Pensé
que sucedería, deseé que te acercaras a mí dejándote llevar, pero no ocurrió.
Desviaste la cabeza antes de carraspear y humedeciste tus labios.
Al principio me decepcionó, pero luego recordé la voz de
Hans. «… ¿estás seguro de que no lo dijo por otra razón? ¿Le has preguntado
directamente?» Él dio en un punto muy importante y que podía tener todo que ver
con el fracaso entre nosotros.
—Christian —pronuncié tu nombre con delicadeza. Mi vista
estaba clavada en ti.
—Dime —respondiste sin voltear a mirarme. Pude leer miedo y
culpa en tu expresión.
«Técnicamente, él es un adulto y tú un menor de edad.» Si
no nos expresábamos el uno al otro lo que de verdad estaba pasando no podíamos
aspirar a que las cosas salieran bien. Yo estaba dispuesto a eso, pero no sabía
si tú lo estarías también. «Tal vez tiene miedo».
—¿Te gusto? —pregunté. Tartamudeaste intentando darme una
respuesta, incluso palideciste, pero en cuanto empezaste a decir que no de
forma insegura y nerviosa, te interrumpí—. Te asusta que sea menor de edad,
¿verdad? —solté de golpe. Enmudeciste por un breve momento antes de hablar, te mojaste
los labios y me miraste a los ojos con expresión seria.
—Sí —susurraste por fin con un dejo de culpabilidad en la
voz—. Me aterra que me gustes tanto. No debería decirte esto —pronunciaste—,
pero es difícil esconderlo cuando estar a tu lado hace que mi cerebro se vuelva
loco. —Hiciste una pausa—. Dios, esto está tan mal…
Agachaste la cabeza y te llevaste las manos al cabello
rascándolo con ansiedad. Te vi arrancarte algunos mechones antes de que pudiera
poner mis manos sobre las tuyas para tranquilizarte.
—¿Por qué está mal si no me has hecho nada malo? Siempre me
has tratado con respeto. —Acaricié tus manos con dulzura, luego las sujeté con
fuerza y las llevé hacia mí, logrando con ello que me dedicaras de nuevo tu
atención, aunque no respondiste. En ese momento vi algo en tu mirada que llamó
mi atención, querías decirme algo—. ¿Qué sucede, Christian?
—No quiero hacerte más daño. —Tu voz fue un frágil susurro.
Esta vez fuiste tú quien sujetó mis manos, después depositaste un beso en
ellas—. Lo lamento, sé que esto no tiene sentido para ti. De verdad me gustas
pero esto no va a ninguna parte. Y si no puedo evitar hacerte daño, entonces
encontraré una manera de que sea por última vez. Es por eso que…
Hiciste otra pausa que me pareció eterna durante la cual
casi pude oír a mi corazón latiendo con violencia dentro de mi pecho, igual que
en los juegos de terror justo antes de que aparezca el monstruo que va a arrancarte
un brazo a mordidas. Sabes exactamente lo que dijiste a continuación, sé que lo
recuerdas muy bien; y a mí, que me arrancaras un brazo, posiblemente me habría
dolido menos.
—Voy a mudarme con mis padres al terminar el mes y le
pondré fin a esto. Sé que va a doler para ambos, pero es mejor frenar las cosas
de una vez porque si esto sigue creciendo en mi corazón, temo que terminaré
haciendo algo de lo que me arrepentiré para siempre.
—Ok —dije. Arranqué mis manos de las tuyas antes de
asentir con la cabeza y ponerme de pie—. Debo irme, papá llegará temprano hoy.
—Salí de la habitación sin volver a mirarte.